Desde hace ocho siglos, los monjes trapenses del sur de Bélgica siguen elaborando una bebida con alto grado de alcohol para ser consumida no demasiado fría. Es, seguramente, el lugar del mundo donde la cerveza es sagrada. Y es que Valonia, la región menos turística de Bélgica, pero no por ello menos hermosa, es el territorio donde, dicen, nació la “mejor” cerveza. En la actualidad, tres comunidades religiosas de la orden del Trapa, siguen elaborando varios tipos de cerveza con fórmulas medievales. Las hay rubias, morenas, tostadas y hasta afrutadas. Con destino a todo tipo de paladares, para que nadie diga que no facilitan las cosas.

Nadie duda de la gran tradición que existe en todo el territorio de Bélgica en cuanto a la elaboración de la cerveza se refiere, pero el sur del país se lleva la palma. Hablamos de Valonia, que, junto con Flandes y Bruselas, es una de las tres regiones de la nación belga, un territorio en el que abundan los bosques y donde siempre aparece un río, ya sea el gran Mosa, el principal, o alguno de sus tranquilos y caudalosos afluentes. Y es que la naturaleza siempre preside este singular espacio que invita a ser disfrutado por propios y extraños. Y en cualquier época del año.

Dinant

En Valonia se habla francés y abundan las abadías y los conventos medievales. Son muchos los edificios monumentales eclesiásticos que se reparten por esta geografía que cambia tanto de color como quiere la caprichosa madre Naturaleza. Aquí los colores del otoño son deslumbrantes, pero los de primavera y verano, también. Conventos, iglesias, monasterios… y abadías trapenses, donde nos hemos colado para descubrir por qué en estas comunidades comenzó a elaborarse cerveza y cómo, a pesar de los pocos monjes que quedan entre sus muros, siguen con esta tradición centenaria que ahora ha cobrado un inusitado esplendor.

Alquimistas de la cebada

Aunque la cerveza nació en Mesopotamia hace 6.000 años, hay quien dice que los monjes trapenses son los inventores de la cerveza “buena”, y los hay que narran incluso una versión más contemporánea de los hechos. Datos aparte, lo que nos interesa es que, además de rezar, cantar, trabajar el huerto y otros menesteres a los que obliga la orden de la Trapa, los monjes han conservado las mejores recetas de cerveza de la historia. Son grandes alquimistas de la cebada, la malta, el lúpulo y la levadura y han contribuido lo suyo a un arte que ahora fascina y que está vinculado también a los años de la peste y la insalubridad. Pero vayamos por partes.

Los requisitos necesarios para que una cerveza sea “trapense” no son fáciles de cumplir. Tiene que estar elaborada en la abadía, su producción debe ser controlada por los monjes y un buen porcentaje del “negocio” debe destinarse a obras de caridad. Por eso sólo existen 12 monasterios trapenses en el mundo, tres de los cuales están en Valonia: Chimay, Rochefort y Orval. Y otra curiosidad: la cerveza trapense es una bebida de mucha calidad, alta graduación (entre 7 y 11 grados de alcohol) y no se sirve fría.

Sendero de abadías trapeses

Conscientes del tesoro líquido que sale de las manos de los monjes, la región de Valonia ha decidido crear un sendero temático de 290 kilómetros que permite descubrir no sólo estas abadías de la Orden de la Trapa, sino también toda la riqueza monumental de Valonia, sus espacios naturales y su gastronomía. Es un camino de peregrinación que permite vincular lo sagrado con lo profano, el placer con lo místico, lo espiritual con lo terrenal…

Chimay

Comenzamos nuestra peregrinación en la Abadía de Notre Dame de Scourmont, situada en el pueblo de Chimay, que da nombre a la cerveza que se elabora, desde 1862, entre los muros de este monasterio. Los monjes también hacen quesos, pero no abandonan, por la gastronomía, sus horas de oración, lectura y trabajos manuales. En esta abadía también se puede disfrutar de sus jardines, su bonita iglesia, y del Espacio Chimay, donde preparan catas-degustación de todos los tipos de cerveza que elaboran entre sus muros.

Peregrinos de la cerveza artesana

La siguiente parada del gran sendero de las abadías trapenses de Valonia se encuentra en Rochefort, donde está la Abadía de Notre Dame de Saint Remy, cuyos monjes “trabajan” la cerveza desde 1899. Este monasterio no se puede visitar, pero en breve tendrá un espacio para que los “peregrinos” disfruten de la cerveza artesana que hacen los monjes y cuyo secreto se encuentra, al parecer, en el agua que procede del manantial natural de Tridaine, que nunca ha sido tratada con productos químicos.

Para no irnos de vacío de Rochefort, hay que decir que, junto a la Abadía de Notre Dame de Sant Remy, existe la posibilidad de vivir un sueño de fantasía si decidimos visitar las cercanas Grutas de Han, con creaciones artísticas naturales que quitan el hipo. Son el resultado de la erosión subterránea que el río Lesse ha hecho de una gran colina de piedra caliza. El río se cuela literalmente en las cuevas para diseñar sus caprichosas formas con las estalagmitas y dibujar unas inmensas galerías en lo que es un auténtico fenómeno de la naturaleza.

Orval, una marca célebre en el mundo

Después de Rochefort, llegamos por fin a la Abadía de Notre-Dame de Orval para introducirnos en uno de los monasterios cistercienses más importantes de Bélgica. Es un lugar con siglos de historia, ya que fue fundado en 1132, y ha acumulado entre sus muros grandes colecciones de arte y una cerveza trapense célebre en el mundo entero y que se elabora desde 1931 con la receta del maestro cervecero Pappenheimer. Sólo por pasear por su jardín de plantas medicinales o por contemplar su museo monástico de arte sacro merece la pena acercarse hasta aquí, por mucho que todos deseen que llegue el momento de probar la cerveza y los quesos trapenses que se custodian aquí.

ORVAL – Foto David Samyn

Estos tres monasterios tienen en común no sólo la cerveza, sino su pertenencia a la  Orden de la Estrecha Observancia (popularmente conocida como “trapense”), una comunidad contemplativa de la Iglesia Católica que forma parte también de la familia cisterciense, que tiene su origen nada menos que en 1098. Además, los trapenses siguen la Regla de San Benito y forman parte también de la orden benedictina.

Namur, el final de Don Juan de Austria

Estas singulares abadías son el gran atractivo de Valonia, pero hay muchos más motivos para visitar esta región de Bélgica tan ligada a la historia de España. Por ejemplo, en Namur, la capital de Valonia (111.000 habitantes), murió Don Juan de Austria en 1578 y en su cementerio estuvo enterrado varios días hasta que su hermano Felipe II decidió trasladar sus restos mortales a El Escorial, donde su cuerpo llegó en coche de caballos y troceado en tres partes. Dicen que su corazón se conserva, aparte, junto al altar mayor de la catedral de San Albino, de Namur.

Namur

Por cierto, el campanario de Namur y los tradicionales torneos con zancos han sido declarados Patrimonio de la Humanidad, pero también merecería formar parte de la lista de la Unesco su gran ciudadela, testigo de numerosas invasiones, guerras y ataques, desde donde el río Mosa se suma al río Sambre en son de paz. Esta fortaleza cuenta con más de 7 kilómetros de misteriosos túneles subterráneos y las vistas desde lo alto no pueden ser más emocionantes. Y no hay que asustarse, porque un moderno teleférico nos llevará hasta la ciudadela sin necesidad de estar en forma física.

Luchas (centenarias) sobre zancos

Las luchas sobre zancos en Namur vienen de lejos, nada menos que del siglo XV, y cuentan que Carlos V fue testigo de uno de estos torneos cuando tomó posesión, en 1515, de su título de conde de Namur. Y se cuenta también que su hijo Felipe II se convirtió en un forofo de los combates y que le gustó tanto la experiencia que volvieron a repetir un torneo sólo para él. Desde entonces, todos los años, el tercer domingo de septiembre, tiene lugar en Namur la “grande lucha del zanco de oro”. Se enfrentan los “melans” de la Ciudad Vieja, con zancos de color amarillo y negro, con los “avresses” de la Ciudad Nueva, con zancos rojos y blancos. Y durante la pelea, ambientada con tambores, los contendientes tratan de derribar a sus contrincantes para resultar victoriosos.

Después de haber visto pasar a lo largo de su historia españoles, austriacos, franceses, holandeses, alemanes…, hoy Namur es una ciudad abierta y multicultural de tamaño medio, con un amplio centro histórico peatonal, que invita a ser recorrida a pie y detenerse en sus cafés y restaurantes, o en sus pequeños y cuidados comercios o en los numerosos museos y centros culturales que la salpican. También hay que buscar tiempo para degustar un excelente chocolate o un buen gofre. Y hay que cruzar el Puente Jambes y sus ocho arcos de piedra, para atravesar las aguas del Mosa.

La bella Dinant

A apenas media hora en coche de Namur, nos encontramos con otra interesante ciudad de Valonia. Hablamos de la bella Dinant, “la hija del Mosa” y la cuna del inventor del saxofón, Adolphe Sax, a quien la ciudad le ha dedicado un museo. Dinant sólo tiene 15.000 habitantes y es una ciudad de postal, a la que le gusta reflejarse desde lo alto, coqueta, en las aguas del río. La mirada del viajero se detiene en su ciudadela, siempre en las alturas, y en la Colegiata, a los pies del peñasco Bayard, un gigantesco acantilado que otorga carácter e identidad a esta bonita localidad de Valonia. Aquí tiene lugar todos los años una curiosa regata internacional de bañeras que atraviesa el puente principal de Dinant, el Charles de Gaulle, llamado así en homenaje al ex presidente francés que recibió un tiro en la pierna en 1914 durante la Primera Guerra Mundial. En la actualidad, este puente está decorado con saxofones con los colores de cada uno de los países que integran la Unión Europea.

Dinant

En las inmediaciones de Dinant, tenemos la opción de visitar el interesante castillo de Freÿr, con sus jardines versallescos, y la Abadía de Notre Dame de Leffe, que se inauguró en 1152 y donde, por cierto, ya comenzó su emprendimiento cervecero en el año 1240. Casi ocho siglos de actividad y la historia continua, pero ya no entre sus muros, sino en la fábrica de cerveza de Stella Artois.

Pasión por la cerveza (y el chocolate)

Lo que está claro que Valonia siente pasión por la cerveza (también por el chocolate). Si alguien quiere profundizar más en el universo cervecero, puede visitar uno de los museos que Bélgica ha dedicado a este producto que tantos adeptos ha cautivado a lo largo de la historia. Está en la localidad de Lustin, a 11 kilómetros de distancia de Namur, un museo que muestra miles de botellas y vasos de todos los tipos, además de las más curiosas etiquetas. O acercarse a Braine-l’Aleud, donde se encuentra el famoso león de la batalla de Waterloo (1826), y adentrarse en la escuela NovaBirra. Aquí despejará todas las dudas sobre los secretos y las fórmulas de una bebida milenaria y que, también desde los monasterios medievales, se ha extendido por todo el planeta.

Entradas similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *