Las vistas y su privilegiada ubicación frente al mar Cantábrico son solo el comienzo en la tarjeta de presentación del Palacio Arriluce. No sólo estamos en un hotel de 5 estrellas. Nos alojamos en un lugar con una personalidad y un estilo que dice mucho de como se debe entender el nuevo lujo. Aires clásicos que tienen el atemporal atractivo de un palacio de clase alta. Ubicado en Getxo, el lujo caracteriza cada una de sus estancias, pero también su carácter de puerta de entrada a un sinfín de placeres asociados al turismo vasco, desde la gastronomía a la naturaleza.

Fernando María Ybarra, marqués de Arriluce, encargó al arquitecto José Luis Oriol Urigüen, también su cuñado, la construcción de un palacio en el principal foco de atracción de la burguesía en aquel entonces, la Bahía de Abra en Neguri. Adaptarlo a las tendencias del S XXI, sin caer en el falto historicismo siempre es un logro. Y aquí se ha logrado con creces.


La llegada es magnífica. Casi da pudo meter el coche en el parking. Entregar nuestro equipaje, frente al campo de croquet, tiene una delicada componente anacrónica que dice mucho de la calidad del establecimiento. Como cliente o como visitante, la experiencia es casi un ritual.

De ese modo, se entiende mejor como los vecinos pasa por el Bar de Arriluce a tomar el té o compartir una botella de Champagne sin una causa justificada. La vida en el barrio de Neguri transcurre con toda elegancia y ese estilo cortesano y sofisticado, digno de una gran mansión victoriana de novela romántica o alguna película de misterio de Agatha Christie. Lo que no quiere decir que en el interior del palacio de Arriluce no podamos gozar todas las comodidades modernas frente a la Ría de Bilbao. Pero lo que cuenta aquí es crear un espacio que nos transporte a otro lugar y nos haga sentir ese sentimiento tan “british” y que tanto gusta al vizcaino de buena posición social.

Este hotel palaciego de estilo inglés, un poco gótico y un poco romántico es, por ello, un auténtico dechado de historia y diseño clásico. No en vano fue declarado Bien Cultural de Protección Especial en 2001. Su historia se remonta a primeros del siglo pasado y la disposición de sus estancias, también. Hay una biblioteca, patios que miran a la puesta de sol y obras de arte por doquier colgadas en sus paredes. El restaurante ofrece recetas del chef Beñat Omaetxea, porque el refinamiento no acaba en sus pasillos sino que continúa en la mesa del restaurante.

En la rehabilitación se ha realizado un gran trabajo, Forja, carpinetería o pintura tienen una componente artística que demuestra el valor de lo bien hecho…. Si a esto unimos la huella de las obras de arte de Sonia Delaunay, estamos ante un lugar excepcional. Su obra es un guiño a la creatividad y demuestra como el buen arte aguanta con orgullo el paso de los años.

Los diseños de Oriol Urigüen, desde siempre está plenamente integrado en la mitología urbanística de Getxo. Ocio y negocio mantienen su valor. Cerca de sus pasillos de sillería y patios interiores disponemos de multitud de playas como la de las Arenas o Barinatxe que, en verano, nos ofrecen sus aguas para disfrutar del baño y en el invierno frío la posibilidad de un romántico paseo. Hay otros aditamentos turísticos de la ciudad, como su Puerto Deportivo, que también nos esperan con entusiasmo.

La obra de Ybarra y Urigüen tuvo desde el principio un peso destacado en la vida bilbaína del momento. Y ahora lo sigue siendo gracias a su reconversión hotelera en una apuesta lógica por el turismo de calidad, la cultura y la historia. Elementos todos que se adaptan perfectamente al disfrute de la naturaleza y todas las opciones de ocio que se despliegan en una gran ciudad como Bilbao.

Claro que tampoco hará falta irse muy lejos para comer bien. El Restaurante Delaunay de Beñat Ormaetxea reinterpreta los sabores tradicionales vascos con toque personal y actual, pero sin perder ni un ápice de su identidad fundamental. Sus menús degustación aparte de la carta, las carnes como el rabo de ganado mayor en canelón o su legendario besugo son simplemente memorables. Si a esto unimos uno de los mejores desayunos de la costa cantábrica, pues tenemos una opción perfecta.

Ahora, con su nueva identidad de hotel, el palacio se ha convertido en una nueva noción de experiencia. Aquí todo está cuidado al máximo, desde la decoración hasta los muebles y los cuadros de prestigiosos artistas vascos. Para su rehabilitación se creó todo un proyecto que afecta a cada una de sus piezas y elementos, desde el mobiliario original convenientemente restaurado hasta las vidrieras, sus tapices y piedras de sillería. Naturalmente, todo se compaginó con gusto con elementos actuales y modernos gracias a la buena mano del Grupo Plan, responsables del proyecto.

En cuanto a sus habitaciones, nada menos que 49 divididas en varias categorías: Suite Arriluce, Junior Suite, Habitación Superior, Habitación Premier, Marina Suite, Marina Deluxe, Suite Arriluce. Algunas de ellas con jardín y terraza propios e individualizados. En todas se despliega ese aroma totalmente respetuoso con el pasado, permitiendo recordar las utilidades y disposiciones anteriores de las estancias, pero sin que nada le falte al nuevo huésped. Por cierto, que el spa Neguri creado en las instalaciones añade un plus de relax a la experiencia, con salas dispuestas para los baños de vapor, la sauna y ofertas de tratamiento corporal y masajes.

Destaquemos, sin embargo, la Suite Arriluce, la más lujosa y amplia de las habitaciones, pensada para que su ocupante se sienta como el propietario del palacio, o el mismísimo marqués de Arriluce. Nada menos que 63 metros cuadrados con salón independiente y una terraza de casi 30, además de todos los lujos -el principal de ellos, ver el Mar Cantábrico cada amanecer y anochecer- están a nuestra disposición en esta suite señorial.

La idea de tener que elegir entre una tarde de pintxos por el casco viejo de Bilbao con partido del Atletí incluido o excursión hasta Sopelana o Barrika, con tarde de Surf o Golf es tentadora.

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