Asociada a los viajes de luna de miel y a sus playas infinitas de arena dorada, la isla Mauricio es un destino en el que conviene profundizar. Merece la pena adentrarse en sus misterios, que tiene muchos, más allá de su exuberante vegetación y su geología volcánica. Este pequeño país bañado por el océano Índico es sofisticado y exclusivo, sí, pero también hospitalario y tranquilo. Un refugio paradisíaco para los amantes del mar donde el color lo pones tu.

Aquí el azul es más azul. Y el verde parece que lo invade todo. Pones un poco de color turquesa Rolex donde rompen las olas y tienes el escenario perfecto. Después de un aguacero de verano, el fondo del escenario es  mágico. Así es Mauricio, un destino que ha hecho del color su reclamo. La propia bandera es un alegato al color. El azul del cielo, el rojo de la sangre derramada por su independencia, el amarillo del sol y el verde de su exuberante vegetación.  Para entenderlo, hay que visitarlo.

La Pirogue a Sunlife Resort

No se necesita más. Sólo un billete de avión, desde España hay muy buenas conexiones con Turkish Airlines, y unos días de ocio para viajar por este país que tiene la hospitalidad y la tranquilidad como gran reclamo. Por eso la visión que tenemos desde la pequeña ventanilla del avión estimula nuestras expectativas. Las aguas cercanas a la costa toman un sutil tono esmeralda y las franjas de arena pasan del blanco al amarillo, pasando por una infinidad de tonos rosáceos, en función de su orientación. Incluso las palmeras han decidido ayudar a remarcar los límites de su territorio. Estamos llegando al paraíso, al refugio perfecto, al sueño de cualquier amante del mar.

Criollos, indios, chinos…

La historia tiene aquí sus tributos. Si el nombre se lo deben a los holandeses, se conduce como los ingleses y se nota la impronta cultural de los portugueses. Queda claro que aquí no se andan con remilgos a la hora de integrar todo lo necesario.  Criollos, indios y chinos demuestran que la vida puede ser muy tranquila en un país que es un ejemplo de estabilidad desde su independencia en 1968.

Por eso, un viaje a Isla Mauricio puede ser para muchos tipos de viajeros, desde los que pasarán parte o su luna de miel completa en alguno de los bonitos y confortables hoteles que se encuentran en sus costas, pasando por familias que quieren disfrutar de una estancia única en la isla, hasta los que desean hacer muchas actividades en su interior o disfrutando de sus fondos marinos. Casi resulta anecdótico saber que nadar entre delfines y subir a Le Morne se puede hacer en el mismo día.

Flores, frutas, pescados…

Su  pasión por el color se nota desde un primer momento. Port Louis asume su papel de capital con humildad. Iglesias, mezquitas, templos chinos e hindúes se levantan codo con codo en el centro de la ciudad. Su tradicional barrio chino nos puede dar sorpresas gastronómicas, pero seguro que quedan en un segundo plano cuando entramos en el mercado central, porque parece que el mar y la tierra ponen sus productos para el disfrute. Flores, frutas y pescados se integran en un caos cuidadosamente descuidado donde  las vendedoras  con sonrisas amarfiladas marcan sus preferencias.

Donde hay mercado suele haber buena gastronomía y aquí se cumple la regla. La comida de Mauricio es un fiel reflejo de la mezcla de culturas de que goza la isla. La cocina criolla presume de  influencias indias, chinas o africanas y su plato más típico es el rougail, un guiso elaborado con cerdo ahumado, que puede ser tan sofisticado como queramos. Las especialidades procedentes de la India también están muy extendidas y los pescados y mariscos suelen cocinarse al curry.

Pasión por las especias

Nada de esto sería posible sin la pasión del mauriciano por las especias. Por eso un paseo por los jardines de Sir Seewoosagur Ramgoolam, que se crearon en 1735 para evitar la dependencia francesa de las especias que provenían de Asia, es una obligación. Hoy es más conocido como el Jardín Botánico de Pamplemousses y siempre es una experiencia pasear entre sus colosales lirios de agua, sus extrañas flores tropicales, sus plantas aromáticas y sus árboles monumentales.

Todo lo contrario lo vamos a encontrar en las  poblaciones de Belle Mare y Trou d’Eau Douce. Son buenas bases para explorar esta parte de la isla y acceder a la cercanas Ile aux Cerfs y Ile de l’Est, que siguen siendo parte de ese concepto de la playa perfecta. Siempre es bonito ver cómo la huella de los pies descalzos queda marcada sobre la arena y el oleaje parece respetar la marca una primera vez.

Gargantas, ríos y valles

Es la hora de viajar por nuestra cuenta como si estuviéramos en una isla del Mediterráneo. No hay que dejar  a un lado la historia, es agradable conducir por la carretera B103, que gustará a los amantes de las curvas, para atravesar parte del Parque Nacional de las Gargantas del Río Negro, donde de nuevo podemos optar por más trekkings. Aquí el verde muestra su crudeza. Estamos ante un gran bosque que tiene todos los ingredientes para hacernos disfrutar: gargantas, ríos y valles nos aguardan en esta selva verde repleta de especies autóctonas. En su interior se encuentra además la montaña más alta de la isla, el Pitón de la Riviere Noire, con 828 metros de altura, lo que ya es una buena excusa para detenernos. Además, si nos decidimos por una buena caminata, es muy posible que veamos los famosos murciélagos gigantes de Mauricio y otros animales que se cruzarán en nuestro camino.

Las opciones casi son infinitas. Cuando guardas esos colores en la memoria cromática, sabes que has llegado a un lugar donde siempre se quiere volver. Por algo será.

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