Un recorrido por esta provincia catalana regala emociones y experiencias únicas a cada paso. Desconocidos vinos de altísimo nivel nos descubren interesantes bodegas; una colección de paisajes alimenta nuestra vista como si de un sueño se tratara, y el arte se cuela por campos y calles mostrándose tan puro como el aire o los cielos de estas tierras.
Para los íberos fue Iltirta, los romanos la llamaron Ilerda y los ejércitos andalusíes, Larida. Lleida es en catalán y en castellano Lérida, y es quizás la capital catalana menos conocida por los viajeros. Para gozo de todos, los valles de la provincia a los que esta ciudad da su nombre, se recuestan sobre los Pirineos haciendo gala de la fertilidad de sus suelos a través de algunos de los mejores productos agrícolas de nuestro país, por no hablar de sus vinos, que gozan de un inmenso prestigio por sus características únicas y cualidades excepcionales.
Los devenires del tiempo, como es natural, han definido los pasos y la fisonomía de Lérida, que entre otras curiosidades, es una ciudad que cuenta con dos catedrales, la Seu Vella, que está desacralizada, y la Seu Nova, su sustituta, que se encuentra en el centro de la ciudad.
Candidata a Patrimonio de la Humanidad
La Seu Vella, como la conocemos en la actualidad, se levantó en lo alto de la ciudad y su construcción comenzó en el año 1203 sobre sobre los restos de una antigua mezquita, según afirman diversos historiadores. Cuando en 1707 las tropas de Felipe V conquistaron la ciudad no dudaron en utilizar esta edificación como cuartel militar debido a su estratégica ubicación. Este hecho hizo que la Seu Vella dejara de ser sede catedralicia (desacralizada) y los oficios religiosos se trasladaran a la Iglesia de San Lorenzo, y finalmente se construyera entre los años 1761 y 1781 la Seu Nova. Durante la ocupación militar gran parte del mobiliario se perdió o fue destruido, y por ello no tiene casi bancos o estatuas religiosas, ni tampoco altar o retablo mayor. No es pues de extrañar que con sus más de 800 años de historia en la actualidad esta catedral funcione como museo.
El conjunto monumental constituido por la iglesia, el castillo del Rey y sus fortificaciones y restos arqueológicos aspira, y con razón, a tener su reconocimiento mundial con la candidatura en marcha para ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
El repicar de Silvestra y Mónica
Se fundieron en 1418 y 1486 respectivamente y son dos de las siete campanas de este magno templo, ubicado en lo alto de un cerro y no en la parte llana de la ciudad, como era lo usual. Mónica toca los cuartos, y Silvestra marca las horas, las otras cinco campanas se incorporaron ya en el siglo XX. Es desde cualquier ángulo aquí arriba cuando al mirar a Lérida y la extensión de su comarca uno cambia cualquier percepción, pero está claro que es justamente desde su campanario desde donde las vistas se muestran espléndidas y espectaculares. Ahora bien, si se tiene la suerte de estar visitando el claustro -uno de los más imponentes de todo Europa- en el momento que dan las campanadas, la experiencia es más que sobrecogedora.
El vino hecho arte
Sabemos que en el medioevo el vino tenía cierta relevancia tanto en lo religioso como en lo económico y social, y ciertamente, estos aspectos se van descubriendo en la Seu Vella a través de la escultura arquitectónica presente en el edificio. De hecho, en las ménsulas del exterior del templo -decoradas con cabezas y figuras de seres extraños que casi parecen monstruos-, con detenimiento podemos encontrar una bota de vino, con boquilla para beber, y en otras tallas observamos incluso algún bebedor de vino. Y es que el agua en aquella época no era siempre potable, por lo que se sabe que de media una persona bebía unos dos litros de vino al día, y como dato curioso, vemos en los registros que el 54% de los cultivos circundantes entonces eran viñedos.
El interior de la iglesia nos confirma que los temas aquí tallados son los sagrados, y de hecho, la temática del vino tiene una importancia iconográfica tanto a nivel decorativo como a nivel simbólico. Algunos capiteles, por ejemplo, presentan imágenes alusivas al vino: Melquisedec o Abraham en escenas que encierran algún mensaje alusivo a lo que hoy se asume como eucaristía, con el vino como protagonista, algo habitual en esta iglesia en las zonas cercanas al altar, que también en otros casos nos hablan de la vendimia. Una temática que genera muchas teorías, pero que en cualquier caso deja de manifiesto que aquí el vino también es arte.
Lleida en una copa
El fuerte contraste térmico de esta región hace que aquí se produzcan unos vinos excepcionales. No es pues de extrañar que la llamada Ruta del Vino de Lleida haya conseguido crear un producto cargado de experiencias de primer nivel que exalta la generosidad de la naturaleza con esta tierra. Un total de 22 bodegas y más de 70 empresas, entre restaurantes, hoteles y negocios de actividades turísticas están estrechamente comprometidas con el hecho de generar estancias indelebles en cada visitante. Nuestra experiencia empezó en Raimat, una bodega cuya historia se remonta a 1914 cuando el propietario de Codorniú, Manel Raventós i Doménech adquirió unas tierras áridas e infértiles en un entorno único, para convertirlas en lo que hoy en día son 3.000 hectáreas de viñedos 100% ecológicos certificados. Aquí está la Catedral del Vino, que con su edificio modernista de 1918, obra del discípulo de Gaudí, Joan Rubio, es toda una atracción arquitectónica. Además, la bodega cuenta con Raimat Natura, un espacio natural de más de 700 hectáreas donde disfrutar de actividades rodeado de un paisaje único. Un ecosistema formado por un mar de viñedos sostenibles y ecológicos que albergan más de un centenar de especies de flora y fauna.
En cuanto a vinos biodinámicos destacamos los de La Gravera, que en un terreno yermo han encontrado su cuna entre las piedras para luego descansar al silencio de un antiguo almacén que es su bodega. Para conocer de primera mano lo que significa una bodega familiar, recomendamos acercarse a Vinya Els Vilars que con apenas una producción de 25.000 botellas al año es un claro ejemplo de cómo el vino se puede mimar desde “la raíz” hasta que llega al consumidor final. Para constatar que el amor por la tierra y el culto por la gastronomía pueden ser un tándem indivisible, la bodega Clos Pons es el lugar ideal, aquí beber y comer son religión. Por cierto, esta bodega elabora un producto muy de esta región de España, el vermú; una cata, por lo demás, muy recomendable.
Y en esta zona, cómo no, es imprescindible una visita a un productor de esos vinos que tanta gloria han dado a Cataluña, los espumosos. Y nuestra propuesta es la bodega Analec -así se llamaba el pueblo en el que se ubica en la Edad Media- en pleno corazón del Valle de Corb. Con solo 36 hectáreas de viñedos utilizan únicamente las mejores uvas para su pequeña producción que se realiza de la mano de la innovación tecnológica sin perder los vínculos con el pasado.
El Castell del Remei, más allá de una finca vitivinícola es una gran atracción turística que destaca por su castillo de corte francés con más de ochenta ventanas, en torno al cual se erigen los edificios de la propiedad: el Santuario de la Virgen de Remei -del que su propietario inicial era gran devoto-, el restaurante, el molino de aceite, la harinera, las bodegas, la destilería, los talleres, los almacenes, y también los lagos. Sus vinos gozan de un gran prestigio fuera y dentro de España, y han recibido numerosos premios y grandes elogios por parte de la prensa especializada.
Banquete de gasterópodos
Es la gastronomía la que en estas tierras nos expresa con claridad una fuerte conexión con la tierra. Claro ejemplo de ello son los “caracoles a la llauna”, una receta que, además de ser todo un emblema de los ingredientes locales, se ha convertido en un inmenso atractivo turístico para aquellos visitantes que buscan lo auténtico. Tanto es así que en el mes de mayo se celebra el L’Aplec del Caragol, un gran festival en torno a este gasterópodo, en el que durante un trepidante fin de semana se consumen algo más de 12 toneladas de caracoles, los que una vez cocinados se extraen de la Clasca con un punzón de madera, un poco más largo que los habituales palillos, y se mojan en alioli, una salsa de aceite y ajo hecha a mano en un mortero, junto a una deliciosa vinagreta.
Paralelamente al festival tiene lugar un extenso programa de actividades donde diversos espectáculos, la música de las charangas, las verbenas, las exhibiciones de danza y los castellers o divertidos concursos son los protagonistas.
Si el lector llega a Lérida en cualquier otra fecha, el lugar idóneo para degustar este plato es “El Celler del Roser”, que regentado por Montse Guardiola, presidenta de la Ruta del Vi de Lleida, es un restaurante emblemático que desde su inauguración en 1992, ha desarrollado una intensa y valiosa actividad investigadora, basada en la cocina tradicional catalana.
Un yacimiento íbero
Vilars de Alberca. Así se llama esta fortaleza y conjunto arqueológico único en el panorama peninsular y europeo de la Primera Edad del Hierro y la Cultura Ibérica, que es Bien Cultural de Interés Nacional. Fue levantada hace 2.700 años en una llanura, despreciando las colinas de más fácil defensa, sobre el barranco de Aixaragall, controlando así el agua y las tierras aluviales. Los ilergetes vivieron aquí durante 400 años y abandonaron el lugar de forma abrupta. El porqué aún es hoy un misterio. De forma ovalada, la fortificación, descubierta en 1975, estaba totalmente amurallada y disponía de torres de vigilancia. Para acceder a ella sólo había dos puertas de pequeñas dimensiones, y si entrar en el asentamiento era difícil, acercarse tampoco era tarea fácil: ante los muros, una barrera de piedras clavadas en el suelo impedían el paso de forasteros a pie o a caballo, además de los grandes fosos que la protegían, lo que la convertía prácticamente en inexpugnable. En el interior, las viviendas se organizaban alrededor de una plaza presidida por un gran pozo. Su fortaleza tan singular se ha convertido en uno de los referentes íberos de la Península. Una visita que a nadie deja indiferente.
Arte en las viñas
Nos desplazamos hasta Les Garrigues, en la frontera poniente del Priorat, concretamente a la bodega Mas Blanch i Jové cuyos viñedos, de suelos muy pedregosos, se encuentran a más de 700 metros sobre el nivel del mar. Aquí, además de producir unos vinos ecológicos y de montaña que hablan del paisaje que los ha visto crecer, han convertido en realidad la idea del artista barcelonés Josep Guinovart: hacer de los viñedos una sala de exposiciones. Eso que internacionalmente se llama “Land Art”, aquí cobra vida a través de esculturas e instalaciones de grandes proporciones que conviven en libertad entre cepas y olivos. Artistas como Carles Santos, el mismo Guinovart, Joan Brossa, Susana Solano, Evru (Zush) o Frederic Amat están presentes en este fascinante museo a cielo abierto.
Penelles o el arte callejero
La historia de Penelles, un pueblo de apenas 500 habitantes en la Plana d’Urgell cambió para siempre gracias al arte callejero. Se afirma, y con razón, que este municipio tiene más grafitis que calles, y así, paredes, muros y fachadas se suceden llenas de color, de formas y de imaginación a medida que uno avanza por estas calles en plena Lérida rural. Todo empezó en el año 2015 y han sido cientos de artistas los que con sus sprays han cambiado la fisonomía de esquinas, plazas y rincones de Penelles. Se trata pues de una inciativa creada por la empresa Binomic, fundada por un equipo de directores de arte y diseñadores con sede en Penelles, quienes junto al Ayuntamiento y la Diputación de Lleida crearon en 2016 el Gar Gar Festival que se celebra anualmente. Durante los tres días del concurso, multitud de artistas, tanto los menos conocidos como los que ya gozan de gran prestigio internacional, pintan sus murales en los espacios cedidos para ello. Lo mejor es hacerse con un mapa de las obras para recorrer libremente la que dicen es ya la población con más grafitis del mundo. Eso sí, no se puede pasar por alto la Iglesia Nueva de Sant Joan Baptista de Penelles cuyo interior ha sido transformado por el artista visual Berni Puig con la obra Omnipresente, que es una reinterpretación pictórica del mapa de la ciudad que homenajea al territorio agrícola, trabajadores y cultivadores de la tierra, y también a su historia.
Lérida no solo ofrece una experiencia turística de primer orden, sino un viaje profundo hacia el corazón de nuestro país, donde la tradición se encuentra con la innovación y la historia se mezcla con la modernidad. Esta tierra acogedora y vibrante, con su mezcla única de tesoros naturales y culturales, se revela como un destino imprescindible para aquellos que buscan grabar en su alma lugares únicos.